Y SE HIZO LA LUZ…
(NOTA DEDICADA A MI AMIGO ISMAEL DUÑALDS V.).
La electrificación de los pueblos.
En 1955, Salvador Gutiérrez Contreras, Diputado Local por el Distrito de Compostela, anunció el interés del Gobierno del Estado y los pueblos de la Costa Sur por electrificar la región del Valle de Banderas. Las obras, calculadas en $ 600 000.00 mil pesos aproximados, correrían en forma bipartita entre la CFE y las comunidades a través de un crédito de avío proporcionado por el Banco de Crédito Ejidal; San de Abajo aportaría $ 100 700.00 pesos, Valle de Banderas $ 90 000.00 pesos y San José del Valle $ 74 200.00 pesos.
El mismo año fue anunciado un subsidio de dos millones de pesos para la introducción de la energía eléctrica al “rico y fértil valle de Banderas”. El apoyo, conseguido por Gilberto Flores Muñoz, Ministro de Agricultura y Ganadería, pretendía establecer una planta generadora de energía en San Juan de Abajo, Nayarit. En 1957, el Gobierno del Estado de Jalisco anunció una ayuda de $ 250 000.00 pesos para la electrificación de Puerto Vallarta y Valle de Banderas; en noviembre del mismo año dieron inicio los trabajos de introducción del fluido eléctrico a los poblados de Valle de Banderas, San Juan de Abajo y San José del Valle.
En 1958 Compostela modernizó su producción eléctrica y los motores Norbert que operaban en este lugar fueron trasladados a Puerto Vallarta, Jalisco, para proporcionar energía eléctrica a este puerto y a los pueblos del Estado de Nayarit antes mencionados. El 15 de abril de 1958, a las 19:30 horas, los gobernadores de los Estados de Jalisco y Nayarit, Lic. Agustín Yáñez y Francisco García Montero, pusieron en servicio la planta termoeléctrica de Puerto Vallarta. Estuvieron presentes el Ing. Carlos Ramírez Ulloa, Director de la Comisión Federal de Electricidad, Daniel Zabala Ayala, de la Junta Estatal de Electrificación de Nayarit y Don Salvador Gutiérrez Contreras, Presidente Municipal de Compostela. La inversión total ascendió a $ 2 660 408.61 pesos, cubriendo inicialmente 30.5 km. de la región, dando servicio a poblados tanto de Jalisco como de Nayarit.
Y se hizo la luz…Atrás quedó el tiempo de las tinieblas, de ángeles y demonios nocturnos. Atrás quedaron los pueblos con sus noches donde los difuntos aparecidos se paseaban por las calles como ”Pedro por su Casa”. Donde las ánimas en pena se presentaban en los sueños o en la realidad de las abuelas para solicitar favores o hacerles algunos encargos. Como sucedió durante más de treinta años con el ánima bendita del tío Herculano Encarnación, muerto durante el tiempo del “vómito negro”, que llegaba cada noche con la abuela Rosario Tovar para decirle: “Cuñada, cuñada, rézame un rosario con todo y sus misterios y alabanzas y préndeme una veladora porque se me pierde el camino. ¡Ah! Y te encargo las gallinas que están echadas…tápalas cuando llueva, no sea que se vayan a asustar con los rayos y se le engüeren los güevos…”
Atrás quedaron los tiempos de leyendas de santos que dejaban los pies grabadas en las piedras. De pueblos encantados en el Cerro Vallejo donde los vaqueros distraídos y los carretoneros adormilados entraban por avenidas florecidas con rosas de Castilla para no regresar jamás.
Con la llegada de la luz quedaron atrás los fuegos fatuos que encendían su flama leve y azulada al pardear la tarde para señalar los tesoros enterrados en las casas de ricos y los huesos de muertos clandestinos sepultados en los callejones que iban por la costa de un rumbo para otro.
En Valle de Banderas, con la luz quedó atrás el recuerdo del padrecito Rocha, un anciano doblado como una grapa por sus más de cien años, a quien en la penumbra de la capilla y el reflejo escaso de los cirios se le veía levitar dos cuartas arriba del suelo mientras levantaba la ostia. Todavía cinco años después de llegada la luz, a las nueve de la noche las campanas de la iglesia de Valle de Banderas tocaban la bendición mientras la gente suspendía todas sus labores y se persignaba confiando en que aquel tañido divino alejaba al diablo doce kilómetros a la redonda del poblado.
Con la luz llegaron los insectos nocturnos. El tres de junio de ese año cayó la primera lluvia de la temporada. Las plazas y lámparas del alumbrado público se nublaron de palomillas negras, polillas, comejenes, izas, mayates, escarabajos y tijerillas que servían de pasto a los ejércitos de sapos que abandonaban su sueño de años para engordar. A la tercer tormenta este rincón del mundo se llenó de hormigas voladoras. Lo que antes fue en la oscuridad de la noche un rumor casi musical y en ocasiones un golpeteo de insectos aéreos, con la luz de las lámparas tomaron forma: hormigas enormes de alas angelicales y abdomen abultado que dejaban los pueblos con un intenso olor a miel, conocidas años después como hormigas “chicatanas”. Se supo entonces que las tijerillas que llegaban volando hasta la luz eléctrica, venían de las milpas en banderilla y que eran insectos benéficos porque se comían la plaga del gusano cogollero en esta región que producía en ese tiempo 16 mil toneladas de maíz de temporal.
Con la luz, los amantes nocturnos eventuales y aquellos que tenían ya de por sí “iglesia y capillita” adquirieron rostro y nombre. Se vio entonces la cara conocida de los tíos pegados a la pared, saltando de puntitas de rincón en rincón, con los guaraches en la mano y el sombre gacho para ocultar sus ansias de llegar al “segundo frente” sin ser descubiertos. Los abuelos, que habían perdido elasticidad y la reuma no los dejaba moverse con soltura, optaron por los amores caniculares de medio día. Con el pretexto de ir al billar, aprovechando el beneficio del cinismo que da la vejes y la indiferencia de las abuelas que habían perdido todo interés por los asuntos de la cama, se dirigían sin rodeos a la casa de la “querida de planta”. Ahí, a la sombra de un almendro los esperaba una tina grande de lámina galvanizada hasta el tope de agua donde la amante añosa los bañaba con la ternura de una madre que enjabona a un hijo. No había más. Ni para qué hacer el ridículo intentando «un tiro», porque ambos sabían que hasta los huevos de “pata pinta” con jerez habían dejado de tener efecto.
En Valle de Banderas, a las siete de la noche los cuicos subían la cuchilla del alumbrado público con un gancho de cortar guamúchiles y la bajaban a las siete de la mañana; cuando la luz duraba hasta medio día, era motivo de comentarios risibles: “se durmió Merejo” o “ se durmió Mingón”. Con la llegada de la luz empezaron a escasear las lámparas de baterías, cachimbas, aparatos de petróleo y lámparas de gasolina blanca.
Y se hizo la luz y poco a poco se fue perdiendo la magia en el viejo pueblo de Valle de Banderas.
PROFR. EDUARDO GÓMEZ ENCARNACIÓN.PRIMER CRONISTA OFICIAL DE BAHÍA DE BANDERAS, NAY.