Por Ernesto Gómez Martínez
La Democracia se Basa en la Lealtad
Con el tiempo uno aprende que no toda compañía vale la pena. Que la lealtad no se promete, se demuestra. Y que hay silencios que dicen más que mil conversaciones. Entiendes que no se trata de tener a mucho alrededor, sino a los correctos.
En este camino, descubres que la autenticidad es un lujo que pocos pueden sostener, y que la honestidad, aunque incomode, siempre será más digna que la apariencia. Una cerveza corona familiar bien helada y una charla sin hipocresías valen más que cualquier ensalada llena de supuestos mariscos que te los dan viejos y rancios.
Porque al final, lo que realmente importa no es quién te acompaña cuando todo brilla, sino quién se queda cuando la luz se apaga. Ahí es donde se mide la lealtad, y también la verdad.
Que descansen y felicidades Nayar por tu trámite de jubilación todavía recuerdo cuando me dejaron fuera.
Les avisamos hace unos días sobre los cambios en el municipio de Bahía de Banderas (si alguien tiene dudas, puede revisar mi perfil). Lo cierto es que estos enroques administrativos ya están generando más burocracia en la atención de los servicios. La pregunta que queda en el aire es inevitable: ¿estos movimientos que impulsa Héctor Santana responden a su capacidad y visión —que casi siempre lo han distinguido— o más bien son señales de que ha perdido autonomía en su forma de gobernar?
A quienes todavía creen que un cargo público es sinónimo de eternidad, conviene recordarles que ni en la política ni en la vida existe la inmortalidad. El puesto es temporal, pero la soberbia y el despotismo dejan huella permanente y no precisamente positiva.
Tengo muy claro que la amistad es un valor, pero tampoco es un cheque en blanco para pasar por encima de intereses profesionales ni para jugar al “tejo de la intriga” como si de una primaria se tratara. Conmigo no funciona el libreto del niño que todo lo aguanta; ese papel quedó agotado hace muchos años.
Algunos parecieran creer que la investidura otorga licencia para la arbitrariedad, cuando en realidad debería obligar al ejemplo. No se confundan: la cortesía es cortesía, no sumisión; la paciencia es virtud, no complicidad; y el silencio no siempre significa consentimiento.
Esta es la primera llamada. Y no, no es un ensayo de teatro ni un recordatorio amable de calendario: es una advertencia con la seriedad que merece. Tengo más amigos de los que necesito y menos tolerancia de la que algunos suponen. Si se insiste en los juegos de poder disfrazados de “pretextos administrativos”, entonces no habrá más remedio que romper lanzas.
Queda dicho con respeto, con claridad y, por supuesto, con ese toque de ironía que suele incomodar más que un piquete de zancudo a quienes ya traen la piel demasiado sensible.
Pendientes y no empieces a fregar Economista Nayar que si ando enojado o que quien me hizo enojar.
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